Son las once de la
mañana cuando abro los ojos. Al final conseguí dormirme. Aunque no haya dormido
mucho, he descansado algo. Me levanto de un salto, desayuno corriendo y me
preparo para el entrenamiento con Daniel. Salgo corriendo de mi casa y llego en
menos de dos minutos a la tienda de Daniel. Me recibe con una grata sonrisa.
-Buenos días, Shiro.
-Hola, Daniel –digo resoplando.
-¿Qué pasa? –Me pregunta curioso.
-Que me he despertado tarde y no he
tenido mucho tiempo para nada.
Sonrío y empieza a reírse.
-No te preocupes, Shiro –me agarra
porque deduce que estoy a punto de caerme-. Te estaba esperando y no iba a
empezar el entrenamiento sin ti.
Después de dos o tres minutos me
recompongo y entramos al gimnasio. Nos ponemos frente a frente y espera a que
me coja la coleta para empezar a pelear. Me sonríe.
-Venga, empecemos.
Corro hacia él y me deslizo por el
suelo para asestarle una patada baja. Daniel salta y aterriza detrás de mí. Doy
una voltereta lateral y me reincorporo para seguir. Daniel se acerca a mí
corriendo y le esquivo con otra voltereta para después darle una patada en el
tobillo y que caiga al suelo. Se levanta con rapidez y vuelve a correr hacia
mí.
Después de una hora de entrenamiento
salimos y ahí está Hannah, con los brazos en jarras mirándome fijamente. Sé que
me odia. Pero yo no tengo la culpa de estar intentando por todos los medios
salvar la Tierra. Y tú estás en ella, Hannah. Así que deberías tenerme un poco
más de respeto. Hannah se vuelve a mirar a Daniel y se acerca a él. No le
abraza ni le besa.
-Daniel, por favor, dúchate antes de
que vomite aquí mismo. ¡Hueles muchísimo a sudor! –Grita Hannah con la mano en
la nariz.
Daniel y yo suspiramos a la vez y
nos reímos.
-Gracias, Daniel. Volveré mañana a
la misma hora.
-Eso espero, Shiro.
Nos damos dos besos en las mejillas
y salgo de la tienda. Voy andando a mi casa mientras pienso cómo voy avanzando
en mi agilidad y defensa. Noto la mirada furtiva que me lanza Hannah. Lo quiera
o no, soy la alumna de Daniel, así que tengo que verle. En fin. Llego a mi casa
y me meto en la ducha dejando la ropa y mis cosas por el suelo. Bajo el grifo,
para no perder costumbre, me pongo a pensar en Kuro. Me sonrojo muchísimo. Aún
no he podido olvidar ni siquiera levemente que le vi... Desnudo... No me he
atrevido a buscarle desde entonces. Supongo que algún día deberé salir a por él.
No puedo dejar de cumplir mi misión por el simple hecho de que le vi... ¡Argh! ¡Ya
basta! Tengo que dejar de pensar en ello.
Salgo de la ducha después de treinta
minutos dentro y me enrollo la toalla por el cuerpo. Iré a ponerme el pijama.
Entro en el salón y veo encima de la mesa una caja rectangular de color negro
con un papel encima. Me acerco a la caja en cuestión y leo lo que pone la nota:
Shiro, esto es un
ordenador.
Te lo regalo. Yo ya
tengo uno.
Es bastante útil.
Podremos
comunicarnos cuando
quieras.
Te espero a que
quieras usarlo
y me avises.
Kuro
Maldita sea. Kuro sabe dónde vivo. Y
me ha hecho un regalo. ¿Qué le pasa a este demonio? Se supone que debe matarme.
Se supone que soy un obstáculo para que cumpla su misión. ¿O no? Aunque... Un
momento. Puede ser una trampa... Me alejo de la caja lentamente y voy a por la
escoba. Sé que no servirá de mucho, pero algo es algo... Le doy varios
toquecitos a la caja a ver qué pasa. A cada toque, me alejo un poco.
Cinco minutos después decido que por
mucho que la golpee, no pasará nada. Al fin me decido acercarme a la caja y
abrirla lentamente. Tampoco pasa nada. La abro completamente y veo ese objeto
rectangular de color blanco. Tiene otra nota:
Veo que te has
fiado de mí.
Mi ordenador es de
color negro.
Se asemeja a
nuestros nombres.
Espero que te guste
usarlo.
Si tienes dudas ven
a mi casa de
nuevo y pregúntame.
En serio, ¿qué narices está pasando
aquí? ¿Quiere que vuelva a su casa? ¿Para qué? ¿Qué pretendes, Kuro?