Son las doce de la noche. Termino de recoger la cena de hoy y limpio la
cocina. Lo dejo todo muy limpio. Cojo mi arco y mis flechas, me siento en el
suelo y llamo a mi padre.
-¿Shiro? ¿Te encuentras bien?
-Muy bien, padre. Ayer mismo me enfrenté a Kuro.
-Infórmame de los detalles –su voz suena firme y serena.
-Kuro no parece realmente un diablo, padre. Desde siempre me habéis
enseñado que los diablos son horrendos. Sin embargo Kuro es hermoso.
-Al ser un joven demonio inexperto no tiene la apariencia demoníaca que le
corresponde. Cuéntame más –su tono es de curiosidad.
-Luché contra él, padre.
-¿Es eso cierto? –no se alarma.
-Sí. Es muy fuerte y rápido. Pero no se maneja sobre suelo húmedo. Se
resbaló ayer y se cayó mientras me iba a atacar.
Piensa un poco antes de responder. Pero sigo yo.
-Hoy voy a batirme en duelo de nuevo contra él. Ahora voy a salir a
buscarle.
-Shiro, ¿estás segura de que es lo correcto? –ahora empieza a alarmarse.
Pero no lo muestra. Siempre tan sereno.
-Sí. Antes de que destruya esta ciudad y la Tierra entera prefiero luchar
contra Kuro para detenerle a tiempo.
-Muy bien. Acepto tu decisión. Mañana me pondré en contacto contigo de
nuevo. Cuídate, hija mía.
-Lo haré, padre.
Cortamos la comunicación. Me incorporo y salgo de la casa. La calle está
como ayer y el suelo sigue estando húmedo. La humedad es permanente en esta
zona. Paseo por la calle oscura y solitaria a la espera de Kuro. Meto la mano
en el bolsillo de mi pantalón blanco y saco una goma del pelo. Me recojo el
cabello en una cola alta para que no me moleste al pelear contra él. Sigo
caminando con mi arco en mano. Las flechas están listas para ser usadas.
Observo el dorado del arco y me fijo en la empuñadura: tanto encima como debajo
tiene cruces de color blanco. Se sabe que es sagrado.
Soy consciente de que la batalla no durará un día, ni dos. Ni siquiera una
semana. La batalla será prolongada. Al menos durante un mes seguiremos luchando
día a día. Miro la hora. Las doce y cuarto de la noche. Y Kuro no aparece.
¿Estará cansado de ayer? No lo creo. Solo está esperando el momento oportuno.
-Kuro –digo en voz baja-, si estás cerca y puedes oírme, te estoy
esperando. Atácame, vamos. Espero con impaciencia tu siguiente movimiento.
Oigo pasos acelerados y veo una silueta en lo oscuro de la calle. La
reconocería en cualquier parte. Ahí está Kuro. Cojo una flecha plateada y tenso
con ella el arco. Apunto hacia la silueta. Adiós, Kuro. Disparo. Espero con
impaciencia el resultado. ¿¡Qué!? ¡La flecha le acaba de atravesar! ¡Maldición!
¡Es una ilusión! ¿Puede hacer eso?
-Así que esa es tu arma, ¿eh, Shiro? –oigo la voz de Kuro desde atrás. Está
subido a la rama de un árbol.
-Siempre por la retaguardia, Kuro. Típico de un cobarde y ruin demonio
–intento provocarle.
Niega con la cabeza.
-Hoy no iba a atacarte –me deja perpleja-. Me gusta conocer a mis víctimas
antes de matarlas. Por eso quería comprobar con qué pretendías dañarme.
-Pues yo sí te haré dañ... –de pronto la rama se rompe y Kuro cae con ella.
¿Otra vez? ¿En serio? Me acerco despacio a él-. ¿Kuro? ¿Sigues vivo?
Abre los ojos de par en par. Se aleja de mí y sale corriendo.
-Mañana nos vemos, Shiro. ¿Qué sorpresa te daré?
Se oye su risa demoníaca. ¿Por qué Kuro ha acabado dos veces por los suelos
cuando me lo encuentro? Es torpe, patoso... Pero a la vez fuerte y rápido,
además de astuto. No debo subestimarle. Es demasiado bueno. Me volverá a
sorprender mañana. Quizás su torpeza solo sea un engaño para que me confíe. No
debo dejarme engañar. Tengo que dar lo mejor de mí en cada encuentro. Vuelvo a
casa. Dejo el arco y las flechas en la mesa, me pongo el pijama y me meto en la
cama. Mañana tengo el entrenamiento. No puedo llegar tarde.